Reconozco que este no es un espacio destinado a crónicas y acontecimientos del tecleador, “para eso existen los blogs” me reclamarían con mucha razón, pero este es un motivo especial pues concierne a un asunto con que me he topado recientemente y que, al platicar con algunos colegas, se repite constantemente dentro de la cultura emprendedora latinoamericana.
Hace algunas semanas me invitaron a participar en la consolidación de un grupo de mujeres emprendedoras promovido por una dependencia gubernamental mexicana en una zona del Distrito Federal en condiciones suburbanas, es decir, ubicados en la periferia, con servicios públicos ineficientes, transporte insuficiente y vialidades no planeadas. En este programa se ayuda a mujeres, la mayoría amas de casa entre 30 y 50 años, a capacitarse en términos administrativos, desarrollar un plan de negocios y finalmente se les otorga un apoyo económico para poder iniciar su aventura. Más allá de las críticas al programa (que no son pocas), fue curioso que al escuchar las propuestas de negocio de las mujeres, las cuales tenían que ver la mayor parte con manualidades, cocina y lavanderías; muchas de ellas se repetían. La persona que dirige este grupo, quien por cierto es alguien que nunca ha iniciado un negocio, se le ocurrió la idea de “incentivar” que se aliaran quienes tenían las mismas propuestas y emprendieran juntas. Dada mi calidad de invitado, mis intervenciones fueron limitadas y no pude poner fin a la barbarie que estaba por cometerse.
Quienes han emprendido un negocio o han dirigido una empresa saben lo difícil que es formar un equipo de trabajo (y quienes no, ojalá estén leyendo esto). No basta tener preparación académica, aptitudes, cualidades, capacidad de liderazgo y esas cosas que siempre nos han dicho en las conferencias trilladas sobre administración. También es necesario ese aceite que hace que los engranes de la organización funcionen, ese elemento que hace que, aunque no estemos de acuerdo, podamos construir decisiones colectivas racionales. A este elemento he decidido llamarle: Empatía.
Empatía, según la Real Academia de la Lengua, es la Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Esta capacidad es básica pues permite escuchar razones y comprender las decisiones de los demás , pero también hay que reconocer que no siempre logramos consolidar esta identificación con cualquier persona. Yo diría que esto es normal, incluso humano.
Para construir un equipo exitoso es necesario que se conozca a la otra persona, y más allá de que te caiga bien o sean muy buenos amigos, deben compartir visiones y tenerle respeto al otro por lo que hace, dice, y sobre todo, por la forma en que es.
En contraparte a la historia de las mujeres, recientemente platiqué con una persona que intelectualmente respeto mucho y que actualmente está buscando impulsar el capitulo mexicano de una organización muy importante a nivel mundial. Me contó cómo estuvo trabajando año y medio con un equipo que le impusieron desde la central de la organización. A pesar de que todos los involucrados eran personas con preparación académica destacada, los resultados fueron terribles dado que, a pesar de que todos tenían un objetivo común, su visión para llegar a él era muy distinta, y peor aún, el equipo poseía conflictos internos difíciles de conciliar pues involucraban la forma de ser de los miembros. Apenas esta persona decidió construir un nuevo equipo, las cosas mejoraron y estoy seguro de que pronto será una de las organizaciones más importantes en términos de innovación para el Distrito Federal y para México.
El problema de los equipos afecta todas las empresas, sin importar su cultura, tamaño ni la preparación académica de sus miembros. De pensarse.
@urbanboymx