Me llama mucho la atención que últimamente en toda conversación sale algún tema relacionado con Brasil. Ya sea en una clase, en el trabajo o platicando con un taxista, Brasil está en boca de los mexicanos: porque es un país en crecimiento, porque se ha posicionado como el líder indiscutible en América Latina y porque sus productos están inundando al mundo.

Claro que aún cargamos con los estereotipos culturales y al oír Brasil nos imaginamos a Pelé en el Carnaval de Rio bebiendo caipirinhas o incluso bailando “ai se eu te pego”; sin embargo, los mexicanos estamos obsesionándonos cada vez más con conocer cómo es que un país que creíamos tan similar al nuestro  está creciendo a ritmos tan acelerados y posicionándose como uno de los principales exportadores del mundo.

Nos cuesta admitirlo, pero los mexicanos (llámense diplomáticos, empresarios e incluso nosotros mismos) vemos a Brasil como una amenaza, pero también como un modelo a seguir.

Brasil, con más de 200 millones de habitantes, es el mayor mercado de América Latina, el 5º país en extensión y en población del mundo y la 10ª mayor economía del mundo en cuestión de PIB. Genera un 34% PIB de América Latina y concentra más del 33% de la población de esos países.

Pero Brasil no surgió de la nada; de hecho, su actividad internacional actual se remonta a  José Maria da Silva Paranhos Jr., el Barón del Río Branco y padre de la diplomacia brasileña, quien desde principios del siglo XX direccionó la política exterior de Brasil hacia su inserción en el escenario internacional, buscando lograr el posicionamiento de la imagen de su país.

Esa es una visión que se ha mantenido en los gobiernos en turno, particularmente en los de Lula da Silva y ahora Dilma Rousseff, quienes han logrado incrementar considerablemente el poder político de Brasil en organismos multilaterales y han crecido sus esferas de influencia con orden y progreso.

Lo cierto es que el caso de Brasil es sorprendente: con un crecimiento promedio de 4% en su economía, Brasil es un ejemplo claro de diversificación. Sus exportaciones están equitativamente distribuidas, con destinos como la Unión Europea (21.8%), China (15.6%), EUA (9.8%), Argentina (9.4%) y Japón (3.6%).

Mientras tanto, México exporta 80% de sus productos a EUA y el restante 20% a Europa, Canadá, China y los otros países.

De acuerdo con la OMC, Brasil concentra el 34% de las exportaciones de productos agrícolas del mundo, el 27.9 de combustibles y productos de la minería y el 35% de manufacturas de exportación.  Para México las cifras son 6.3%, 16.7% y 74.5%, respectivamente. En pocas palabras: SÍ somos competencia.

Me atrevo a afirmar que la diferencia fundamental con México respecto de su éxito al insertarse en el comercio mundial y alcanzar la diversificación radica fundamentalmente en la coherencia. Brasil es un país sumamente coherente.

Quizá esta idea sea debatible para algunos brasileños, pero al menos en cuanto a política interna y política exterior se refiere todo concuerda: Brasil tiene detectados sus sectores productivos prioritarios, y conforme a ello, desarrolla un sistema de apertura internacional pero cuidando siempre el desarrollo de sus industrias y su mercado de agricultura de subsistencia… ¡y vaya que lo ha hecho bien!

Claro está que a menudo suele ser visto como un país proteccionista, criticado por nuestros expertos nacionales recientemente al tratar de denunciar al tratado de complementación económica que ambos países firmaron en 2002.

En México, en cambio, las industrias que nos hacían competitivas como la textil o la agrícola están muriendo lentamente por falta de políticas industriales y por el fenómeno del “amiguismo” internacional: somos amigos de todos, tenemos muchos tratados firmados, pero todos nuestros amigos nos venden a nosotros, y nosotros sólo seleccionamos a unos cuantos como clientes.

¿Qué nos espera entonces frente a un gigante que exporta lo que nosotros exportamos y le vende a quien nosotros tendríamos que venderle? ¿Convendría a ambos países firmar un TLC?

Creo que al final del día, somos países competidores, por lo que un tratado de libre comercio (a juzgar por los resultados deficitarios del TLC México-Israel o el TLCUEM, por ejemplo) tan sólo traería la entrada a los agresivos competidores brasileños que saben qué quieren y a dónde van, y quizás no estemos preparados aún.

Además, sería algo poco práctico esperar a que las medidas diplomáticas den fruto y beneficien a ciertos sectores productos específicos.

Pero… ¿Nos están comiendo el mandado los brasileños?

La respuesta es no, aún hay tiempo. No entremos en pánico, los nichos de mercado siguen ahí.

Primero que nada hay que recordar que el mercado interno mexicano es sumamente atractivo: hay que ver también hacia adentro y ampliar nuestra cartera de clientes también a nacionales.

Pero no sería la sección de negocios internacionales si no hiciera especial énfasis en que hay que seguir abriéndonos.

¿Por qué no ir a exposiciones internacionales de joyería en Brasil, sólo porque ellos son productores activos? ¿Por qué no pensar en una alianza estratégica con una empresa de calzado brasileña que busque vender en México?  No sólo pensemos cómo colocar nuestros productos antes que los brasileños, sino pensemos en qué podemos venderle a ellos.

Es momento de ver más allá; es momento de ver otros mercados a donde  ya voltearon los empresarios brasileños: vendámosle a África, hagamos alianzas con empresas chinas que busquen invertir en nuestro país.

Es momento de creer en nuestro producto, buscar cómo ingresarlo dentro de otras fronteras y pensar fuera de la caja. De lo contrario, que no nos sorprenda si en algunos años terminamos bailando al ritmo de samba.

@farideassadg

Fuente datos estadísticos: Organización Mundial de Comercio (est. 2010)

 

 

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