En estos años de crisis económica, la creación de un nuevo negocio, la puesta en marcha de una nueva empresa, es algo para lo que no todos estamos capacitados o dispuestos.

El miedo al fracaso, la inseguridad de vernos desbordados, o simplemente, el no salir de nuestra zona de confort, son la mayoría de las veces razones más que suficientes para seguir lanzando nuestro currículum a diestro y siniestro, a la espera de que alguien con un negocio ya asentado nos emplee.

Pero siempre hay quienes se arriesgan, pese a todo, y ponen toda la carne en el asador. Ahora bien, a la hora de lanzarse hay quienes lo hacen de la manera correcta, y quienes no. Están aquellos que copian el modelo ya establecido porque ven que funciona, y luego están los verdaderos creadores: los que ven algo nuevo, revolucionario, que cubre un nicho de mercado desconocido. Puede ser un producto, un  servicio, un material, un ordenador, un software de seguridad en Internet, una pantalla táctil, o un paraguas. La clave en este mundo sobresaturado de ideas y consumo es el elemento diferenciador: la innovación. El conseguir hacer algo nuevo y original, o utilizar algo ya existente para darle una vuelta más de tuerca.

Si miramos el actual panorama de grandes empresas, por ejemplo en el mercado de las nuevas tecnologías, podemos comprobar que la innovación es el punto de arranque, o de resurgimiento, de la mayoría de empresas líderes del sector. Tras 20 años consecutivos IBM encabeza la lista de patentes tecnológicas del IFI Claims Patente Service; Apple, tras revolucionar el mundo con el iPod, la Mac, iPhone y el iPad se ha convertido en la empresa más cara del planeta; Facebook ha cambiado la vida de cientos de millones de personas, especialmente la de su creador, Mark Zuckerberg, convertido en el multimillonario más joven de la historia; Y Google… sobran las palabras.

La innovación es el motor de toda industria que se precie, y la clave del éxito de un proyecto que quiera crear una revolución. De ahí que debamos tener en cuenta otro dato importante: el respeto por la propiedad privada. Ya sean registros de patentes, políticas de lucha contra la piratería o un certificado ssl que proteja nuestros datos en la red, el sistema debe velar por el derecho de quien crea algo a no ver su obra o información pisoteada, robada o copiada sin pudor. El premiar ese tipo de conductas y castigar a quienes de verdad tienen el mérito es un error. Una injusticia. Una vergüenza. Nadie innovará si no recibe un beneficio por su esfuerzo y capacidad. Y si ese día llega, toda la humanidad se habrá estancado.

Colaboración: Diego Bocanegra

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